27 enero, 2017

Reseña de "Corona de Espadas" Séptimo libro de La Rueda del Tiempo

Hace dos años empecé con esta saga, que según muchos es una de las mejores de la Fantasía moderna. Justo ahora que llego a la mitad de la misma, y más que comprometido a terminarla (son 14 novelas que van de las 600 a 1000 páginas) empiezo a reseñarla quizá con algo más de detalle y a ir recabando mis impresiones.

A Crown of Swords (Wheel of Time, #7)A Crown of Swords by Robert Jordan
My rating: 2 of 5 stars

Libro 7 de 14. Justo en la mitad (al menos en volumen) de la serie. Y quizá precisamente por ello puede que éste sea el más lento hasta ahora. Sin embargo, el poder afrontar la historia en su totalidad y de manera continua, me hacen ver estos volúmenes con un ojo más benevolente que quienes tuvieron que esperar bienios entre libros y apreciar mejor lo que quizá su autor quería: esculpir con detalle y calma protagonistas definidos y logrados, su viaje, y los inevitables cambios que experimentan, de una manera orgánica, natural, y quizá por ello: gradual, precisa... lenta.

Pocas cosas pasan en términos de historia... y aunque el arco argumental es muy parecido a novelas anteriores, hay cierta sensación de quietud, como si la historia real se encontrara más bien en la psique de los personajes, en su evolución paulatina a aquello que deben terminar siendo para afrontar del todo las responsabilidades monstruosas que sobre algunos de ellos se ha impuesto. Este libro es una inversión a largo plazo, hacia el final de la serie, hacia la edificación del mismo... y siento que puedo afirmarlo con confianza, aun sin siquiera haber llegado a dicho final.

Desafortunadamente, algunas cosas deben sacrificarse, o al menos pareciera inevitable... el final fue repetitivo y anti-climático para mi gusto, más aún cuando sucede algo para lo cual enormes expectativas se han ido vaticinando por cuatro libros y pasa de una manera casi baladí. Eso me decepcionó, no sólo por el hecho en sí, si no por lo expuesto antes sobre el trabajo preciso de cambio natural y gradual para toda la serie.

Los dotes de Jordan como descriptor y constructor de mundos son los que hacen a esta novela y a la serie en general tan valiosa. En esta historia es que he aprendido a apreciar a Mat Cauthon, más aún parte de lo que le sucede tiene tonos polémicos: un acoso sexual donde la víctima es un hombre y el victimario una mujer, que a pesar de tratado con cierta distancia y ligereza humorística, no por ello dejó de ser inquietante.

Nynaeve sigue siendo insoportable, y en verdad me cuesta conseguirle características redimibles... de hecho, sus aventuras junto a Elayne son precisamente los episodios que menos soporto. Creo que es tan sencillo como que no me cae bien ninguna de las dos. No sé si es antipatía natural o tenga algo que ver con un fallo de Jordan al querer describir mujeres fuertes... o que yo mismo tengo problemas con ese tipo de mujeres fuertes, o me choca cómo deben constantemente justificar su valía en detrimento de los hombres... porque ciertamente la vena feminista es fuerte en esta serie, pero se empeña en hacerlo valer a través de la irremediable incomprensión entre géneros.

Continuaré, aunque precisamente luego de este libro es que muchos opinan que empieza la verdadera decadencia y congelamiento de la serie hasta los últimos tres libros; pero creo que será menor para mí este posible efecto. La idea es terminarla este año.

Si he de añadir algo, es esta reseña genial, que apenas ahora encuentro, y es parte de una re-lectura que su autora Marie Brennans hizo de toda la serie. Tan provechosa me pareció (expresó mucho mejor que yo el problema con la situación de Mat) que estaré leyendo sus seis reseñas anteriores.


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22 enero, 2017

Reseña "Canto de Bambú" de Adolfredo Brizuela


Canto de BambúCanto de Bambú by Adolfredo Brizuela
My rating: 3 of 5 stars

Me prometí leer más poesía este año, por lo que es más que adecuado que el primer libro que termine sea un poemario. Uno breve, directo y sencillo y no por nada de ello menos valioso es con el que comienzo. De un autor venezolano, sanfelipeño, que anteriormente desconocía, me llegó como regalo de cumpleaños y no pude soltarlo de buenas a primeras. Se requiere de cierto oficio, experiencia y tranquilidad que imagino entregan los años (no lo sabría a ciencia cierta) para expresar tanto con tan poco y cuidar de esa precisión con exactitud de relojero; y el autor exhuda estas cualidades en pasajes hermosos y logrados como: 

Ahora
cuando me da igual
atrapar la imagen o dejarla ir
abrazarme a la vida o que ella me abrace
cuando sé que soy porque existes
me entrego a la noche y hago de ella mi mañana

También

La luz del alba
oculta estrellas
la negritud de la noche
las deja ver

... de una manera que me recordó, distancias apartes, a Rafael Cadenas. Sí hubo ciertos versos que no me parecieron tan buenos y más cercanos al aforismo popular que a la poesía o al haikú que aquí se trata de simular pero no se logra del todo... empero creería que es una cuestión más de gustos que testimonio de la calidad poética de los mismos. En general, una experiencia enriquecedora. Seguiré releyéndolo y acudiendo a él de tanto en tanto.

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21 enero, 2017

Obama y su problema de sobre-control de la ira, por Michael Grunwald

El día en que el ahora ex-presidente daba su discurso de despedida, la revista estadounidense "Politico" publicó esta pieza de opinión del periodista Michael Grunwald. Aquí procedo a publicar mi mejor traducción. Lo hago sin ánimo de lucro alguno, ni de violación de derecho de autor, si no sólo por divulgar lo que me parece una opinión interesantísima y relevante. Algunos links pertenecen al artículo original (el cual pueden encontrar acá) otros los agregué como aclaratorias al texto.



La mejor comedia sobre Obama es el personaje de Luther, su “Traductor Iracundo”, parte de los sketches de la serie Key & Peele donde el susodicho vocifera los pensamientos sin filtro que el primer presidente de color gritaría si no fuera tan ecuánime, tan deliberado y tan renuente a asustar a la población blanca. -“He disfrutado enormemente ser su presidente”  dice el personaje de Obama en el último episodio; a lo cual el frenético Luther responde: -“Excepto, cuando los republicanos no me dejaron hacer una mierda.. y luego... un tipo diciendo que yo ni siquiera había nacido aquí ¡USTEDES LO ELIGEN PRESIDENTE!”

La gracia del chiste radica en su verosimilitud, si no literal, al menos emocional. Cuando el verdadero presidente Obama dé su discurso de despedida esta noche, podrá presumir de una larga lista 
de logros políticos, pero esta podría ser aún más extensa si los Republicanos no se hubiesen movilizado para boicotear casi todo lo que propuso en los últimos ocho años. Ahora, el país ha escogido en el presidente electo, Donald Trump (quién jamás se ha disculpado por cuestionar la nacionalidad de Obama) al máximo anti-Obama, el que además ha prometido deshacer prácticamente todo lo que éste ha hecho.

También es cierto que Obama ha necesitado un traductor de ira... o quizá mejor: un generador de ira. Ha sido un éxito en su gestión de gobierno y al mismo tiempo un fracaso político. Presidiendo al país durante ocho años de estable crecimiento económico e implementando casi todo lo que propuso en la agenda “Un Cambio en el que podemos creer” sobre la que se lanzó; al mismo tiempo su partido ha sufrido brutales pérdidas y el revés final de que los votantes eligieran un candidato que no cree en esa agenda. Si hubiese que escoger una sola cosa en específico que Obama no hizo bien, habría que empezar por su desconcertante incapacidad para enfurecerse por aquellos comportamientos que lo merecían; su estoica reluctancia a involucrarse en peleas públicas definitorias. Obama tiene un problema de sobre-control de la ira.

Nunca denunció al Republicano quien escondido entre las bancas traseras de la cámara le espetó “¡Mientes!” en medio de su discurso anual al Congreso. Nunca habló en beneficio de los Oficiales Federales arrastrados a un enfrentamiento armado con un  ranchero iconoclasta de Nevada y un clan de milicianos anti-gobierno. Hasta los ataques de campaña de Obama contra el que eventualmente sería su sucesor Republicano fueron bastante tímidos; incluso cuando Trump abiertamente invitó a Rusia a "hackear" la campaña de Hillary Clinton y varias agencias de inteligencia federal concluyeron que eso era precisamente lo que Rusia había hecho. Un liderazgo estable y un presidente que no vilipendia indiscriminadamente ni se comporta constantemente como si su cabello estuviera incendiándose son encomiables; pero la estrategia calma al estilo Spock de Obama algunas veces lo hacía parecer indiferente y desapasionado. Esta noche, con su legado peligrando y sus seguidores muy cercanos al pánico por un futuro en el que Trump tendrá acceso a los códigos nucleares, política ambiental y el enforzamiento de leyes federales; lo más probable es que lo que Obama nos brinde sea un temperado y razonable juicio sobre los pasados ocho años.

La actitud discreta de Obama es a veces estratégica. Si no exhibe indignación por las decapitaciones de ISIS es porque cree que la furia pública promueve exageradas reacciones militares. Si ofreció una declaración anodina que exculpaba a Fidel Castro de su historia de represión es porque pensaba que la denuncia contundente de un dictador muerto solo lo alejaría de sus metas en Cuba.

Aún cuando los republicanos lo han insultado personalmente; amenazado con forzar su gobierno a una catastrófica incapacidad de pago de deuda; o se han rehusado a siquieraconsiderar su nominado a la Corte Suprema, Obama ha tratado de mantener una postura negociadora y digna, en parte, porque pensó que resaltar la beligerancia de la oposición era la mejor política. Sin embargo, aún cuando no es estratégicamente apropiado, negociador y digno es el comportamiento usual de Obama. Es un tipo mesurado, profesional y supremamente racional. Genuinamente cree que la mayoría de las personas son buenas de corazón y abiertas a ser persuadidos por los hechos. No se siente cómodo fulminando o perorando en tuíter o mostrando un puño batiente ante las cámaras. Sus usuales armas retóricas contra los críticos Demócratas y los oponentes Republicanos han sido la lógica, el sarcasmo cáustico y la queja persistente.

Pero el meteórico ascenso de Trump es un chocante recordatorio, luego de una seguidilla de relativamente moderados Comandantes en Jefes, de que la ira puede ser una poderosa arma política. Trump ha utilizado su púlpito para la intimidación y muchos estadounidenses se emocionan ante el despliegue de ese tipo de músculo retórico en su nombre. Obama jamás utilizaría su perfil de Twitter o el pódium presidencial como vehículo de insultos personales a los críticos de turno; jamás tildaría a los enemigos políticos de payasos, estúpidos, mentirosos o retorcidos perdedores, pues ve ese tipo de comportamiento como poco presidencial. Sin embargo, aparentemente no lo es, porque nuestro próximo presidente lo hace todo el tiempo. Trump ni siquiera ha asumido el cargo aún y sus feroces asaltos verbales le han dejado claro a sus aliados y adversarios, domésticos y foráneos, que  de contradecirlo o enfurecerlo, existe un serio riesgo… un riesgo que en cambio Obama, consistentemente falló en infundir.

En contraste, Obama en su modulado estilo, ha insistido en recordar a un público polarizado que una casa dividida no puede sostenerse. Aún cuando su partido perdió ambas cámaras del Congreso, un montón de asambleas estatales y finalmente la Casa Blanca, es difícil mencionar algún político que haya sufrido alguna consecuencia por enfrentársele. Su naturaleza imperturbable y conciliatoria ayudó a elegirlo durante una crisis, pero en una era estridente de política tribal y belicosa se ha convertido en un chiste fácil. -“Es más importante que nunca que avancemos unidos como nación” enuncia Obama en su discurso de despedida en Key & Peele… -“Unidos en el hecho que no nos toleramos un coño” traduce Luther.

***
Cuesta rebatir las templadas respuestas de Obama a las provocaciones sin inmiscuir en ello un elemento racial: desde Rush Limbaugh poniéndole el mote del “Negro Mágico” en 2007 hasta Trump acusándolo en 2016 de ser el fundador de Estado Islámico. El subtexto en el chiste de Luther es que Obama sabe que sería políticamente mortal que se le percibiese como un hombre de color enojado. La gran crisis de su primera campaña fue la revelación que su Pastor había apostatado de la nación estadounidense impeliéndole a distanciarse de él. Más sutilmente, ha tratado de distinguirse de políticos con un alto perfil de activismo racial como Jesse Jackson o Al Sharpton. Trump, en cambio, obviamente disfruta soltando trapisondas verbales que alebrestan a su electorado base, aún incluso cuando el objeto de los mismos sean ciudadanos privados desconocidos como los padres musulmanes de un condecorado militar, una ex Miss Universo venezolana o el representante de un sindicato que cuestiona su aseveración de haber salvado una fábrica en Indiana. En cambio Obama los evita, especialmente luego de haberse tambaleado luego de uno particularmente controversial al inicio de su presidencia: ocurrió en Junio del 2009, después de que un policía blanco investigando una supuesta irrupción de morada, arrestó en el porche de su propia casa al famoso profesor negro Henry Louis Gates de Harvard. Cuando a Obama le preguntaron en una rueda de prensa sobre el incidente, aseveró que no estuvo allí, no conocía todos los hechos y no estaba seguro del rol que el perfil racial tuvo en el mismo; pero añadió que parecía que el oficial “actuó estúpidamente”, dado que Gates había mostrado su identificación probando que ésa era su casa y que históricamente las minorías habían sido detenidas desproporcionadamente por las autoridades. “Creo que sería justo decir, primero que todo... cualquiera de nosotros estaría bastante enojado”, concluyó.

El resto de esa conferencia de prensa fue provechosa y sustantiva, fue el esfuerzo más elaborado de Obama para defender su reforma sobre el Sistema de Salud y Seguro Social. Pero nadie recuerda esa parte. En cambio, los titulares del día siguiente y la semana que continuó fueron “Estúpidamente”. Aunque el reproche, en esta nueva era de Trump, pueda parecer asombrosamente leve, Obama tuvo que pagar un grandísimo precio en imagen y relaciones públicas por parecer cuestionar la decisión de un policía. Muy pronto invitó a Gates y al oficial a la Casa Blanca para una “Cumbre con Cerveza” y así calmar los ánimos y convertir el furor del momento en una parábola; luego declararía que se arrepentía de sus comentarios iniciales. Desde entonces ha sido muchísimo más circunspecto (aunque hubo un furor similar sobre sus comentarios, esta vez sin lanzar juicios sobre el incidente de que Trayvon Martin, el adolescente negro desarmado asesinado por un pugnaz patrullero vecinal cerca de Orlando, podría haber sido su hijo). Baste decir que Obama tiende a caminar aún más de puntillas que lo usual alrededor de controversias raciales.

Es difícil enumerar más ejemplos en los que Obama vapuleara a un ciudadano privado, a excepción de la vez en la que llamó a Kanye West imbécil” por irrespetar a Taylor Swift. También describió como “gatos gordos” a los banqueros anónimos de Wall Street que cobraron enormes bonos después que Washington rescatara sus compañías, un epítome que aún es utilizado por quienes se mueven en el mundo de la finanzas como evidencia de la profunda animosidad que alegan siente contra su industria, a pesar de que nunca lo repitió. Raramente criticaba a políticos en específico, dirigiendo la mayoría de sus quejas al “Liderazgo Republicano”, o “el otro lado”. En general, parece que concluyó que lanzar golpes por debajo de su posición política era una manera rápida de buscarse problemas. Debe anonadarlo cuando los grandilocuentes tuits de Trump despotricando de periodistas, voceros, actores y operarios políticos no inspiran circos mediáticos a lo “Cumbre con Cerveza” si no que son rápidamente descartados por el próximo insulto o provocación.

Como Trump ha demostrado con sus cruzadas retóricas contra Hollywood, los medios y los Republicanos que lo adversan, entre otros, los insultos y humillaciones de enemigos pueden ser esclarecedores y catárticos para quienes lo apoyan. Puede enmarcar los debates en maneras que quien lo hace quiere que estén. Y Obama tuvo sus oportunidades. Por ejemplo, pudo haber hecho de Cliven Bundy (el ranchero de Nevada que se rehusó a pagar tasas que le debía al gobierno federal por dejar pastar a su ganado en terrenos federales) un símbolo del extremismo anti-gobierno. Y pudo haber relacionado a Bundy con los obstruccionistas republicanos que le retaban todo: algunos republicanos alabaron la resistencia de Bundy contra la maquinaria Obama antes que el susodicho aireara sus despectivas ideas racistas sobre “el Nigger ese”. Pero incluso cuando Bundy literalmente estaba armándose contra oficiales federales, el Secretario de Prensa de Obama dijo que el presidente consideraba a la situación un asunto local. Obama ni siquiera lo comentó él mismo.

La excepción a todo esto, fue un chiste que contó en la Cena de Corresponsales de la Casa Blanca, su oportunidad anual de escaparse de su usual decoro. Obama hizo notar que las oraciones que empiezan con “Déjenme decirles algo que sé sobre el Nigger ese…” -las líneas iniciales de unas de las diatribas de Bundy- generalmente no terminan bien (Bundy, inmediatamente demandó, buscando compensaciones por 50 millones de dólares en daños por los comentarios “amenazantes, burlistas y despectivos” del presidente) Obama a menudo parecía dejar salir la bilis reprimida en ese evento anual, la ocasión más memorable: cuando se quejó de que no querría tomarse un trago con el líder de la bancada republicana en el Senado, Mitch MacConnel. De hecho, fue durante el así llamado “Nerd prom” en 2011, poco después que Obama hiciera público su certificado de nacimiento detallado, que bromeó que ahora Trump podría enfocarse en asuntos más vitales como por ejemplo si la llegada a la Luna había sido simulada, una broma que supuestamente contribuyó al deseo de Trump de quitarle el trabajo.

En ese mismo evento en 2015, luego de explicar que él era “un tipo más bien relajado”, Obama anunció que había traído una sorpresa con él: su Traductor de Ira. “¡Agárrense bien de sus culitos blancos!” le advirtió al público Luther al entrar. Gran parte de la rutina versó sobre Obama hablando formalmente sobre la importancia de la libertad de prensa mientras que Luther, interpretado por Keegan-Michael Key, despotricaba sobre disparates mediáticos como la exacerbación del virus Ébola (“¡Por dos semanas enteras estuvimos a un paso de los Muertos Vivientes! ¡Y después… ustedes sólo pasaron al siguiente tema!, Por cierto... en caso que no lo hayan notado: ¡NIGUNO TIENE ÉBOLA!”) Pero el remate del chiste llegó al final, cuando Obama empezó a hablar sobre cómo cada científico reputado afirma que el calentamiento global es un problema serio, “…y en vez de hacer algo al respecto, ¡tenemos funcionarios electos tirando bolas de nieve dentro del Senado!” El chiste era que el presidente se estaba… enojando. “¡Una locura!” gritó Obama, “¿qué va a ser de nuestros jóvenes?, ¡qué clase de patraña más miope, estúpida e irresponsable…!”. -“¡Guao!”, lo interrumpió Luther. Aquí está el vídeo. Siendo realistas... ¿alguna vez habían visto o escuchado a Obama tan enojado cuando no estaba interpretando un papel?

***
Para algunos críticos, el déficit de ira de Obama es una falla moral, produciendo pecados de omisión, como su fracaso en deponer al presidente sirio Bashar Assad o encerrar a los transgresores de Wall Street. Gente razonable puede estar en desacuerdo con esas políticas, pero usualmente no es buena idea que un presidente decida a quién deponer o a quién encarcelar basado en emociones.

Yo en cambio, veo la insistencia de Obama en mantener el equilibro en todo momento más como una falla política. Trump ha explotado cruelmente la manera en que muchos estadounidenses definen su posición política sobre lo que no soportan; Obama no necesitaba recurrir a tácticas de “divide y vencerás” para recordar a la mayoría de sus compatriotas que compartían con él un profundo desagrado por rebajar impuestos a los más ricos, recortar el seguro médico a la clase trabajadora y entorpecer las labores gubernamentales. Obama ha tolerado mucha patraña miope, estúpida e irresponsable, y ha fallado en transmitir el mensaje al estadounidense promedio de que se trata y son patrañas miopes, estúpidas e irresponsables. No estoy seguro si lo hubiese ayudado enfurecerse sobre la campaña que dudaba de su nacionalidad, o las falsas acusaciones sobre los “paneles de la muerte”, o la contradición Republicana de oponerse a viejas prioridades que su partido siempre había defendido, una vez que era él quién las defendía también; o las quejas demócratas de que no lograba se aprobaran puntos de honor liberales para los cuales no contaba con los suficientes votos. Pero, probablemente, tampoco le hubiese hecho daño.

El país se ha recuperado de la crisis que Obama heredó en Enero del 2009 con el desempleo ahora por debajo del 5%, una disminución de dos tercios en el déficit, el mercado de valores en un tope histórico, la tasa de deserción escolar en el nivel más bajo jamás logrado y casi todas nuestras tropas de vuelta en casa desde Irak y Afganistán, y aun así ha fallado sobre todo en romper la maliciosa narrativa prevalente, no solo entre los republicanos pero en su propio partido y en los medios. Su propia popularidad ha ascendido a casi el 60% pero el Partido Demócrata está en ruinas a nivel nacional.

También debe decirse que el Vicepresidente Joe Biden, quien se supone es el experto político campechano con don de gentes, ha sido similarmente deficiente en el departamento de la ira. Constantemente cuenta la historia del Líder de la Mayoría en el Senado Mike Mansfield en la que le advertía nunca cuestionara lo que había en el corazón de otro hombre. Es cordial con todo mundo, razón por la cual agrada prácticamente a todos los miembros de ambos partidos, pero ha contribuido a un extensivo sentimiento en Washington que no hay costo alguno por desafiar a la administración actual. 

Biden se comprometió cuando decidió no lanzarse a la presidencia a atacar vehemente cualquier candidato, Demócrata o Republicano, que no reconociese el enorme progreso que el país ha hecho en los últimos ocho años; pero finalmente no hizo nada, incluso cuando los candidatos de ambos partidos terminaron acentuando sólo lo negativo.

Tanto Obama como Biden son genuinos optimistas. También son institucionalistas, profundamente comprometidos a respetar las normas de gobernanza y el ligarse al mismo tiempo a ambas creencias los hicieron, como a muchos otros políticos de Washington, particularmente inadecuados para manejar el ascenso de Trump. Obama tuvo muchas causas racionales para reaccionar con su usual moderación a los ultrajes diarios de Trump, empezando por la popular sabiduría convencional que es una tontería lanzarse al lodo a luchar con un cerdo. También quería darle espacio a Clinton para recorrer su propia campaña y como parecía ir ganando de todas maneras, no quería aparentar estar inclinando la balanza por resaltar los esfuerzos rusos para influenciar la elección, aun cuando éstos habían ascendido a un serio acto de agresión foránea contra la democracia estadounidense.

Ahora que su legado en reforma de Salud Pública, Wall Street, progreso económico y acción ambientalista tan arduamente ganado está en serio peligro; Obama aún está tratando de proyectar un tono digno como si nada hubiera pasado y como si Trump fuera apenas otra tirabuzón en el largo arco moral del universo. Al menos, ha reconocido en una entrevista concedida a VICE luego de las elecciones que está preocupado que la democracia estadounidense esté en peligro, que muchos compatriotas estén “abdicando de los valores primarios e instituciones base que nos han ayudado a hacer frente a muchas tormentas”. Algo muy importante sobre lo cual preocuparse, pero enunciado en una manera muy mesurada, sin adjudicarle nombre alguno.


Públicamente, aún suena demasiado parecido al Obama en las rutinas de Key & Peele, tratando de asegurar a sus seguidores y a la nación de que “si Trump tiene éxito, todos tendremos éxito”, pero sus pensamientos privados probablemente suenen muy parecidos a la respuesta de Luther: “A menos de que tenga éxito en todas las mierdas que prometió”

Haciendo América blanca de nuevo, por Toni Morrison

Traduje este escrito de Toni Morrison, la Nobel negra estadounidense, autora de "Beloved" entre otras grandes novelas. Publicado en The New Yorker originalmente en Noviembre 2016, una versión más corta (la que abajo tradujo) fue colocada en su página web a un día de la toma de posesión de Donald Trump. Aqui el original  De más está decir que la traducción es mía, que no lo hago con ningún fin de lucro, ni ánimos de violar ningún tipo de derechos, si no tan sólo por divulgar lo que me pareció una opinión interesante, importante y harto relevante.



Esto es un prospecto serio. Todos los que emigran a los Estados Unidos saben (y sabían) que si querían convertirse en verdaderos y auténticos Americanos deben reducir su lealtad a su país natal y considerarla secundaria, subordinarla para enfatizar su “ser blanco”. A diferencia de cualquier nación europea, Estados Unidos promulga “ser blanco” como fuerza unificadora. Aquí, para mucha gente, la definición de “americaneidad” es el color de su piel.

Bajo un régimen legal esclavista, la necesidad de estratos por color era obvia, pero en la América de hoy en día, posterior a las leyes derivadas del Movimiento por los Derechos Civiles; la convicción que sobre su superioridad tiene la gente blanca está perdiéndose. Perdiéndose muy rápidamente. Hay “gente de color” en todos lados, amenazando con borrar esa bien conocida definición de América ¿Más adelante qué vendrá?, ¿otro Presidente negro?, ¿un senado predominantemente negro?, ¿tres miembros negros de la Corte Suprema? La amenaza es espeluznante.

Para limitar la posibilidad de este insostenible cambio y restaurar el ser blanco a su estatus previo como indicador de la identidad nacional, cierta cantidad de americanos blancos están sacrificándose.  Han empezado a hacer cosas que claramente no quieren estar haciendo. Están (1) abandonando su sentido de dignidad humana y (2) arriesgando aparentar cobardía. Por mucho que puedan odiar su comportamiento y sepan muy bien cuán pávido es, están dispuestos a matar niños pequeños atendiendo al catecismo y sacrificar aquellos fieles que inviten algún niño blanco a rezar. Así sea embarazoso como la obvia demostración de cobardía que es, están dispuestos a incendiar iglesias y abrir fuego contra ellas mientras la feligresía reza. Por vergonzosas que tales demostraciones de debilidad sean, están dispuestos a dispararles a niños negros en la calle.

Para mantener viva la percepción de superioridad blanca, estos estadounidenses blancos cobijan sus testas en sombreros de copa y banderas americanas y se niegan a sí mismos la dignidad de confrontaciones cara a cara, practicando al tiro sobre los desarmados, los inocentes, los asustados, los que huyen exponiendo sus inocentes espaldas a las balas. Porque de seguro que disparar por la espalda a un hombre que huye, ¿no zahiere la presunción de superioridad blanca? La triste súplica de adultos blancos agazapándose entre (mejores) versiones de sí mismos para matar a los inocentes detenidos en un semáforo, hundir caras de mujeres negras en la tierra, esposar niños negros. Sólo los atemorizados harían algo así, ¿cierto?

Estos sacrificios hechos por supuestos rudos hombres blancos, preparados para abandonar su humanidad por miedo al hombre y la mujer negros, sugieren el verdadero horror del estatus perdido.

Puede que sea difícil sentir lástima por los hombres que hacen estos extraños sacrificios en nombre del poder y la supremacía blancos. La humillación personal no es fácil para la gente blanca (en especial para el hombre blanco), pero para retener la convicción de su superioridad a otros –en especial a la gente negra- están dispuestos a arriesgar ser despreciados y a ser injuriados por los maduros, los sofisticados y los fuertes. Si no fueran tan ignorantes y patéticos, uno pudiera afligirse por este colapso de dignidad en servicio de una causa maligna.

Es difícil renunciar al consuelo de ser “naturalmente mejores que” o de no tener que luchar o demandar un trato civilizado. La confianza en que no serás vigilado en un supermercado, que eres el cliente preferido en los restaurantes de lujo; estas inflexiones sociales, pertenecientes al ser blanco, son deleitadas con codicia. 

Tan tenebrosas son las consecuencias de un colapso del privilegio blanco que muchos estadounidenses se han plegado en tropel a una plataforma política que apoya y traduce la violencia contra el indefenso como una fortaleza. Más que enojada esta gente está asustada, presas del terror que hace temblar las rodillas. 

En el día de las elecciones, con cuánto entusiasmo sinnúmero de votantes blancos –tanto los educados como los ignorantes- se acogieron a la vergüenza y el miedo sembrados por Donald Trump. El candidato cuya compañía fue demandada por la Fiscalía por no alquilar apartamentos a gente negra. El candidato que puso en duda que Barak Obama haya nacido en los Estados Unidos y quien aparentemente condonó lincharan a un protestante del movimiento Black Lives Matter en un acto de campaña. El candidato que mantenía lejos de sus casinos a los trabajadores negros. El candidato adorado por David Duke y apoyado por el Ku Klux Klan.

William Faulkner entendió esto mejor que casi cualquier otro escritor estadounidense. En “Absalom Absalom” el incesto es menos tabú en la clase alta sureña que reconocer la gota de sangre negra que claramente mancharía el linaje familiar. Mejor que perder el privilegio de ser blanco (una vez más) la familia escoge el asesinato.