El día en que el ahora ex-presidente daba su discurso de
despedida, la revista estadounidense "Politico" publicó esta pieza de
opinión del periodista Michael
Grunwald. Aquí procedo a publicar mi mejor traducción. Lo hago sin ánimo de
lucro alguno, ni de violación de derecho de autor, si no sólo por divulgar lo
que me parece una opinión interesantísima y relevante. Algunos links pertenecen
al artículo original (el cual pueden encontrar acá) otros los agregué como aclaratorias
al texto.
La
mejor comedia sobre Obama es el personaje de Luther, su “Traductor Iracundo”, parte de los sketches de la serie Key
& Peele donde el
susodicho vocifera los pensamientos sin filtro que el primer presidente de
color gritaría si no fuera tan ecuánime, tan deliberado y tan renuente a
asustar a la población blanca. -“He
disfrutado enormemente ser su presidente” dice el personaje de Obama en el último episodio; a lo cual el frenético Luther responde: -“Excepto,
cuando los republicanos no me dejaron hacer una mierda.. y luego... un tipo diciendo que yo ni siquiera había nacido aquí ¡USTEDES LO ELIGEN PRESIDENTE!”
La gracia del chiste radica en su verosimilitud, si no literal, al menos
emocional. Cuando el verdadero presidente Obama dé su discurso de
despedida esta noche, podrá presumir de una larga lista de logros políticos,
pero esta podría ser aún más extensa si los Republicanos no se hubiesen
movilizado para boicotear casi todo lo que propuso en los últimos ocho años.
Ahora, el país ha escogido en el presidente electo, Donald Trump (quién jamás
se ha disculpado por cuestionar la nacionalidad de Obama) al máximo anti-Obama,
el que además ha prometido deshacer prácticamente todo lo que éste ha hecho.
También es cierto que Obama ha
necesitado un traductor de ira... o quizá mejor: un generador de ira. Ha sido un
éxito en su gestión de gobierno y al mismo tiempo un fracaso político.
Presidiendo al país durante ocho años de estable crecimiento económico e
implementando casi todo lo que propuso en la agenda “Un Cambio en el que
podemos creer” sobre la que se lanzó; al mismo tiempo su partido ha sufrido brutales
pérdidas y el revés final de que los votantes eligieran un candidato que
no cree en esa agenda. Si hubiese que escoger una sola cosa en
específico que Obama no hizo bien, habría que empezar por su desconcertante
incapacidad para enfurecerse por aquellos comportamientos que lo merecían; su
estoica reluctancia a involucrarse en peleas públicas definitorias. Obama tiene
un problema de sobre-control de la ira.
Nunca denunció al Republicano
quien escondido entre las bancas traseras de la cámara le espetó “¡Mientes!” en medio de su discurso anual al Congreso.
Nunca habló en beneficio de los Oficiales Federales arrastrados a un enfrentamiento armado con un ranchero iconoclasta de Nevada y un clan de
milicianos anti-gobierno. Hasta los ataques de campaña de Obama contra el
que eventualmente sería su sucesor Republicano fueron bastante tímidos; incluso
cuando Trump abiertamente invitó a Rusia a "hackear" la campaña de
Hillary Clinton y varias agencias de inteligencia federal concluyeron que eso
era precisamente lo que Rusia había hecho. Un liderazgo estable y
un presidente que no vilipendia indiscriminadamente ni se
comporta constantemente como si su cabello estuviera incendiándose son encomiables; pero la estrategia calma
al estilo Spock de Obama algunas veces lo hacía parecer indiferente y
desapasionado. Esta noche, con su legado peligrando y sus seguidores muy
cercanos al pánico por un futuro en el que Trump tendrá acceso a los códigos nucleares, política ambiental y el enforzamiento de leyes federales; lo más probable es
que lo que Obama nos brinde sea un temperado y razonable juicio sobre los
pasados ocho años.
La actitud discreta de Obama es
a veces estratégica. Si no exhibe indignación por las decapitaciones de ISIS es
porque cree que la furia pública promueve exageradas reacciones militares. Si
ofreció una declaración anodina que exculpaba a Fidel Castro de su historia de
represión es porque pensaba que la denuncia contundente de un dictador muerto
solo lo alejaría de sus metas en Cuba.
Aún cuando los republicanos lo
han insultado personalmente; amenazado con forzar su gobierno a una
catastrófica incapacidad de pago de deuda; o se han rehusado a siquieraconsiderar su nominado a la Corte Suprema, Obama ha tratado de mantener una
postura negociadora y digna, en parte, porque pensó que resaltar la
beligerancia de la oposición era la mejor política. Sin embargo, aún cuando no es
estratégicamente apropiado, negociador y digno es el comportamiento usual de
Obama. Es un tipo mesurado, profesional y supremamente racional. Genuinamente
cree que la mayoría de las personas son buenas de corazón y abiertas a ser
persuadidos por los hechos. No se siente cómodo fulminando o perorando en
tuíter o mostrando un puño batiente ante las cámaras. Sus usuales armas retóricas
contra los críticos Demócratas y los oponentes Republicanos han sido la lógica,
el sarcasmo cáustico y la queja persistente.
Pero el meteórico ascenso de
Trump es un chocante recordatorio, luego de una seguidilla de relativamente
moderados Comandantes en Jefes, de que la ira puede ser una poderosa arma
política. Trump ha utilizado su púlpito para la intimidación y muchos
estadounidenses se emocionan ante el despliegue de ese tipo de músculo retórico
en su nombre. Obama jamás utilizaría su perfil de Twitter o el pódium
presidencial como vehículo de insultos personales a los críticos de turno; jamás tildaría a los enemigos políticos de payasos, estúpidos, mentirosos o retorcidos perdedores, pues ve ese tipo de comportamiento como poco presidencial. Sin embargo, aparentemente no lo es, porque nuestro próximo
presidente lo hace todo el tiempo. Trump ni siquiera ha asumido el cargo aún y
sus feroces asaltos verbales le han dejado claro a sus aliados y adversarios,
domésticos y foráneos, que de contradecirlo o enfurecerlo, existe un
serio riesgo… un riesgo que en cambio Obama, consistentemente falló en infundir.
En contraste, Obama en su modulado estilo, ha
insistido en recordar a un público polarizado que una
casa dividida no puede sostenerse. Aún cuando su partido perdió ambas cámaras
del Congreso, un montón de asambleas estatales y finalmente la Casa Blanca, es
difícil mencionar algún político que haya sufrido alguna consecuencia por
enfrentársele. Su naturaleza imperturbable y conciliatoria ayudó a elegirlo durante una crisis, pero en una
era estridente de política tribal y belicosa se ha convertido en un chiste fácil. -“Es más
importante que nunca que avancemos unidos como nación” enuncia Obama en su discurso de
despedida en Key & Peele… -“Unidos
en el hecho que no nos toleramos un coño” traduce
Luther.
***
Cuesta rebatir las templadas
respuestas de Obama a las provocaciones sin inmiscuir en ello un elemento racial: desde Rush
Limbaugh poniéndole el mote del “Negro Mágico” en 2007 hasta Trump acusándolo en 2016
de ser el fundador de Estado Islámico. El subtexto en el chiste de Luther es que Obama sabe que sería
políticamente mortal que se le percibiese como un hombre de color enojado. La
gran crisis de su primera campaña fue la revelación que su Pastor había apostatado de la nación estadounidense impeliéndole a distanciarse de él. Más sutilmente, ha tratado
de distinguirse de políticos con un alto perfil de activismo racial como Jesse
Jackson o Al Sharpton. Trump, en cambio, obviamente disfruta soltando trapisondas verbales
que alebrestan a su electorado base, aún incluso cuando el objeto de los mismos
sean ciudadanos privados desconocidos como los padres musulmanes de un condecorado militar,
una ex Miss Universo venezolana o el representante de un sindicato que cuestiona su aseveración de haber
salvado una fábrica en Indiana. En cambio Obama los evita, especialmente luego
de haberse tambaleado luego de uno particularmente controversial al inicio de su
presidencia: ocurrió en Junio del 2009, después de que un policía blanco
investigando una supuesta irrupción de morada, arrestó en el porche de su propia casa al famoso profesor negro Henry Louis Gates de Harvard. Cuando a Obama le
preguntaron en una rueda de prensa sobre el incidente, aseveró que no estuvo
allí, no conocía todos los hechos y no estaba seguro del rol que el perfil
racial tuvo en el mismo; pero añadió que parecía que el oficial “actuó estúpidamente”, dado que Gates había mostrado su
identificación probando que ésa era su casa y que históricamente las minorías
habían sido detenidas desproporcionadamente por las autoridades. “Creo que sería justo decir, primero que todo... cualquiera de nosotros estaría bastante enojado”, concluyó.
El resto de esa conferencia de
prensa fue provechosa y sustantiva, fue el esfuerzo más elaborado de Obama para
defender su reforma sobre el Sistema de Salud y Seguro Social. Pero nadie
recuerda esa parte. En cambio, los titulares del día siguiente y la semana que
continuó fueron “Estúpidamente”. Aunque el reproche, en esta
nueva era de Trump, pueda parecer asombrosamente leve, Obama tuvo que pagar un
grandísimo precio en imagen y relaciones públicas por parecer cuestionar la
decisión de un policía. Muy pronto invitó a Gates y al oficial a la Casa Blanca
para una “Cumbre con Cerveza” y así calmar los ánimos y convertir el furor del
momento en una parábola; luego declararía que se arrepentía de sus comentarios
iniciales. Desde entonces ha sido muchísimo más circunspecto (aunque hubo un
furor similar sobre sus comentarios, esta vez sin lanzar juicios sobre el
incidente de que Trayvon Martin, el adolescente negro desarmado asesinado por
un pugnaz patrullero vecinal cerca de Orlando, podría haber sido su hijo). Baste
decir que Obama tiende a caminar aún más de puntillas que lo usual alrededor de
controversias raciales.
Es difícil enumerar más
ejemplos en los que Obama vapuleara a un ciudadano privado, a excepción de la
vez en la que llamó a Kanye West “imbécil” por irrespetar a
Taylor Swift. También describió como “gatos gordos” a los banqueros
anónimos de Wall Street que cobraron enormes bonos después que Washington
rescatara sus compañías, un epítome que aún es utilizado por quienes se mueven
en el mundo de la finanzas como evidencia de la profunda animosidad que alegan
siente contra su industria, a pesar de que nunca lo repitió. Raramente
criticaba a políticos en específico, dirigiendo la mayoría de sus quejas al
“Liderazgo Republicano”, o “el otro lado”. En general, parece que concluyó que
lanzar golpes por debajo de su posición política era una manera rápida de
buscarse problemas. Debe anonadarlo cuando los grandilocuentes tuits de Trump
despotricando de periodistas, voceros, actores y operarios políticos no
inspiran circos mediáticos a lo “Cumbre con Cerveza” si no que son rápidamente
descartados por el próximo insulto o provocación.
Como Trump ha demostrado con
sus cruzadas retóricas contra Hollywood, los medios y los Republicanos que lo
adversan, entre otros, los insultos y humillaciones de enemigos pueden ser
esclarecedores y catárticos para quienes lo apoyan. Puede enmarcar los debates
en maneras que quien lo hace quiere que estén. Y Obama tuvo sus
oportunidades. Por ejemplo, pudo haber hecho de Cliven Bundy (el ranchero de
Nevada que se rehusó a pagar tasas que le debía al gobierno federal por dejar pastar a su ganado en
terrenos federales) un símbolo del extremismo anti-gobierno. Y pudo haber
relacionado a Bundy con los obstruccionistas republicanos que le retaban todo:
algunos republicanos alabaron la resistencia de Bundy contra la maquinaria
Obama antes que el susodicho aireara sus despectivas ideas racistas sobre “el
Nigger ese”. Pero incluso cuando Bundy literalmente estaba armándose contra
oficiales federales, el Secretario de Prensa de Obama dijo que el presidente
consideraba a la situación un asunto local. Obama ni siquiera lo comentó él
mismo.
La excepción a todo esto, fue un chiste que
contó en la Cena de Corresponsales de la Casa Blanca, su oportunidad anual de
escaparse de su usual decoro. Obama hizo notar que las oraciones que empiezan
con “Déjenme decirles algo que
sé sobre el Nigger ese…” -las
líneas iniciales de unas de las diatribas de Bundy- generalmente no terminan bien (Bundy, inmediatamente demandó, buscando compensaciones por
50 millones de dólares en daños por los comentarios “amenazantes, burlistas y
despectivos” del presidente)
Obama a menudo parecía dejar salir la bilis reprimida en ese evento anual, la
ocasión más memorable: cuando se quejó de que no querría tomarse un trago con
el líder de la bancada republicana en el Senado, Mitch MacConnel. De hecho, fue
durante el así llamado “Nerd prom” en 2011, poco después que Obama hiciera
público su certificado de nacimiento detallado, que bromeó que ahora Trump
podría enfocarse en asuntos más vitales como por ejemplo si la llegada a la
Luna había sido simulada, una broma que supuestamente contribuyó al deseo de
Trump de quitarle el trabajo.
En ese mismo evento en 2015, luego de explicar que él era “un tipo más bien relajado”,
Obama anunció que había traído una sorpresa con él: su Traductor de Ira. “¡Agárrense bien de sus culitos
blancos!” le advirtió al
público Luther al entrar. Gran parte de la rutina versó sobre Obama
hablando formalmente sobre la importancia de la libertad de prensa mientras que
Luther, interpretado por Keegan-Michael Key, despotricaba sobre disparates
mediáticos como la exacerbación del virus Ébola (“¡Por dos semanas enteras
estuvimos a un paso de los Muertos Vivientes! ¡Y después… ustedes sólo pasaron
al siguiente tema!, Por cierto... en caso que no lo hayan notado: ¡NIGUNO TIENE ÉBOLA!”) Pero el remate del chiste llegó al final, cuando
Obama empezó a hablar sobre cómo cada científico reputado afirma que el
calentamiento global es un problema serio, “…y
en vez de hacer algo al respecto, ¡tenemos funcionarios electos tirando bolas
de nieve dentro del Senado!” El
chiste era que el presidente se estaba… enojando. “¡Una locura!” gritó Obama, “¿qué va a ser de nuestros
jóvenes?, ¡qué clase de patraña más miope, estúpida e irresponsable…!”. -“¡Guao!”,
lo interrumpió Luther. Aquí está el vídeo. Siendo realistas... ¿alguna vez
habían visto o escuchado a Obama tan enojado cuando no estaba interpretando un papel?
***
Para
algunos críticos, el déficit de ira de Obama
es una falla moral, produciendo pecados de omisión, como su fracaso en deponer
al presidente sirio Bashar Assad o encerrar a los transgresores de Wall Street.
Gente razonable puede estar en desacuerdo con esas políticas, pero usualmente
no es buena idea que un presidente decida a quién deponer o a quién encarcelar
basado en emociones.
Yo en cambio, veo la insistencia de Obama en mantener el equilibro en todo momento más como
una falla política. Trump ha explotado cruelmente la manera en que muchos
estadounidenses definen su posición política sobre lo que no soportan; Obama no
necesitaba recurrir a tácticas de “divide y vencerás” para recordar a la
mayoría de sus compatriotas que compartían con él un profundo desagrado por
rebajar impuestos a los más ricos, recortar el seguro médico a la clase
trabajadora y entorpecer las labores gubernamentales. Obama ha tolerado mucha
patraña miope, estúpida e irresponsable, y ha fallado en transmitir el mensaje al
estadounidense promedio de que se
trata y son patrañas
miopes, estúpidas e irresponsables. No estoy seguro si lo hubiese ayudado
enfurecerse sobre la campaña que dudaba de su nacionalidad, o las falsas
acusaciones sobre los “paneles de la muerte”, o la contradición Republicana de oponerse a
viejas prioridades que su partido siempre había defendido, una vez que era él quién las defendía también; o las
quejas demócratas de que no lograba se aprobaran puntos de honor liberales para
los cuales no contaba con los suficientes votos. Pero, probablemente, tampoco
le hubiese hecho daño.
El país se ha recuperado de la
crisis que Obama heredó en Enero del 2009 con el desempleo ahora por debajo del
5%, una disminución de dos tercios en el déficit, el mercado de valores en un
tope histórico, la tasa de deserción escolar en el nivel más bajo jamás logrado
y casi todas nuestras tropas de vuelta en casa desde Irak y Afganistán, y aun
así ha fallado sobre todo en romper la maliciosa narrativa prevalente, no solo
entre los republicanos pero en su propio partido y en los medios. Su propia
popularidad ha ascendido a casi el 60% pero el Partido Demócrata está en ruinas
a nivel nacional.
También debe decirse que el
Vicepresidente Joe Biden, quien se supone es el experto político campechano con
don de gentes, ha sido similarmente deficiente en el departamento de la ira.
Constantemente cuenta la historia del Líder de la Mayoría en el Senado Mike
Mansfield en la que le advertía nunca cuestionara lo que había en el corazón de otro
hombre. Es cordial con todo mundo, razón por la cual agrada prácticamente a todos
los miembros de ambos partidos, pero ha contribuido a un extensivo sentimiento
en Washington que no hay costo alguno por desafiar a la administración actual.
Biden se comprometió cuando decidió no lanzarse a la presidencia a atacar vehemente cualquier candidato, Demócrata o Republicano, que no
reconociese el enorme progreso que el país ha hecho en los últimos ocho años;
pero finalmente no hizo nada, incluso cuando los candidatos de ambos partidos
terminaron acentuando sólo lo negativo.
Tanto Obama como Biden son genuinos
optimistas. También son institucionalistas, profundamente comprometidos a
respetar las normas de gobernanza y el ligarse al mismo tiempo a ambas
creencias los hicieron, como a muchos otros políticos de Washington,
particularmente inadecuados para manejar el ascenso de Trump. Obama tuvo muchas
causas racionales para reaccionar con su usual moderación a los ultrajes
diarios de Trump, empezando por la popular sabiduría convencional que es
una tontería lanzarse al lodo a luchar con un cerdo. También quería darle
espacio a Clinton para recorrer su propia campaña y como parecía ir ganando de
todas maneras, no quería aparentar estar inclinando la balanza por resaltar los
esfuerzos rusos para influenciar la elección, aun cuando éstos habían ascendido
a un serio acto de agresión foránea contra la democracia estadounidense.
Ahora que su legado en
reforma de Salud Pública, Wall Street, progreso económico y acción
ambientalista tan arduamente ganado está en serio peligro; Obama aún está
tratando de proyectar un tono digno como si nada hubiera pasado y como si Trump
fuera apenas otra tirabuzón en el largo arco moral del universo. Al menos, ha
reconocido en una entrevista concedida a VICE luego de las elecciones que está
preocupado que la democracia estadounidense esté en peligro, que muchos
compatriotas estén “abdicando
de los valores primarios e instituciones base que nos han ayudado a hacer
frente a muchas tormentas”. Algo muy importante sobre lo cual
preocuparse, pero enunciado en una manera muy mesurada, sin adjudicarle nombre
alguno.
Públicamente, aún suena demasiado parecido al Obama en las
rutinas de Key & Peele, tratando de asegurar a sus seguidores y a la nación
de que “si
Trump tiene éxito, todos tendremos éxito”, pero
sus pensamientos privados probablemente suenen muy parecidos a la respuesta de
Luther: “A
menos de que tenga éxito en todas las mierdas que prometió”