Traduje este escrito de Toni Morrison, la Nobel negra estadounidense, autora de "Beloved" entre otras grandes novelas. Publicado en The New Yorker originalmente en Noviembre 2016, una versión más corta (la que abajo tradujo) fue colocada en su página web a un día de la toma de posesión de Donald Trump. Aqui el original De más está decir que la traducción es mía, que no lo hago con ningún fin de lucro, ni ánimos de violar ningún tipo de derechos, si no tan sólo por divulgar lo que me pareció una opinión interesante, importante y harto relevante.
Esto es un prospecto serio. Todos
los que emigran a los Estados Unidos saben (y sabían) que si querían
convertirse en verdaderos y auténticos Americanos
deben reducir su lealtad a su país natal y considerarla secundaria, subordinarla
para enfatizar su “ser blanco”. A
diferencia de cualquier nación europea, Estados Unidos promulga “ser blanco” como fuerza unificadora.
Aquí, para mucha gente, la definición de “americaneidad” es el color de su
piel.
Bajo un régimen legal
esclavista, la necesidad de estratos por color era obvia, pero en la América de
hoy en día, posterior a las leyes derivadas del Movimiento por los Derechos
Civiles; la convicción que sobre su superioridad tiene la gente blanca está
perdiéndose. Perdiéndose muy rápidamente. Hay “gente de color” en todos lados,
amenazando con borrar esa bien conocida definición de América ¿Más adelante qué
vendrá?, ¿otro Presidente negro?, ¿un senado predominantemente negro?, ¿tres
miembros negros de la Corte Suprema? La amenaza es espeluznante.
Para limitar la posibilidad
de este insostenible cambio y restaurar el ser
blanco a su estatus previo como indicador de la identidad nacional, cierta
cantidad de americanos blancos están sacrificándose. Han empezado a hacer cosas que claramente no quieren estar haciendo. Están (1)
abandonando su sentido de dignidad humana y (2) arriesgando aparentar cobardía.
Por mucho que puedan odiar su comportamiento y sepan muy bien cuán pávido es,
están dispuestos a matar niños pequeños atendiendo al catecismo y sacrificar aquellos
fieles que inviten algún niño blanco a rezar. Así sea embarazoso como la obvia
demostración de cobardía que es, están dispuestos a incendiar iglesias y abrir
fuego contra ellas mientras la feligresía reza. Por vergonzosas que tales demostraciones
de debilidad sean, están dispuestos a dispararles a niños negros en la calle.
Para mantener viva la
percepción de superioridad blanca, estos estadounidenses blancos cobijan sus
testas en sombreros de copa y banderas americanas y se niegan a sí mismos la
dignidad de confrontaciones cara a cara, practicando al tiro sobre los
desarmados, los inocentes, los asustados, los que huyen exponiendo sus inocentes
espaldas a las balas. Porque de seguro que disparar por la espalda a un hombre
que huye, ¿no zahiere la presunción de superioridad blanca? La triste súplica
de adultos blancos agazapándose entre (mejores) versiones de sí mismos para matar
a los inocentes detenidos en un semáforo, hundir caras de mujeres negras en la
tierra, esposar niños negros. Sólo los atemorizados harían algo así, ¿cierto?
Estos sacrificios hechos por supuestos
rudos hombres blancos, preparados para abandonar su humanidad por miedo al
hombre y la mujer negros, sugieren el verdadero horror del estatus perdido.
Puede que sea difícil sentir
lástima por los hombres que hacen estos extraños sacrificios en nombre del
poder y la supremacía blancos. La humillación personal no es fácil para la
gente blanca (en especial para el hombre blanco), pero para retener la
convicción de su superioridad a otros –en especial a la gente negra- están
dispuestos a arriesgar ser despreciados y a ser injuriados por los maduros, los
sofisticados y los fuertes. Si no fueran tan ignorantes y patéticos, uno
pudiera afligirse por este colapso de dignidad en servicio de una causa
maligna.
Es difícil renunciar al
consuelo de ser “naturalmente mejores que” o de no tener que luchar o demandar
un trato civilizado. La confianza en que no serás vigilado en un supermercado,
que eres el cliente preferido en los restaurantes de lujo; estas inflexiones
sociales, pertenecientes al ser blanco,
son deleitadas con codicia.
Tan tenebrosas son las
consecuencias de un colapso del privilegio blanco que muchos estadounidenses se
han plegado en tropel a una plataforma política que apoya y traduce la
violencia contra el indefenso como una fortaleza. Más que enojada esta gente
está asustada, presas del terror que hace temblar las rodillas.
En el día de las elecciones,
con cuánto entusiasmo sinnúmero de votantes blancos –tanto los educados como
los ignorantes- se acogieron a la vergüenza y el miedo sembrados por Donald
Trump. El candidato cuya compañía fue demandada por la Fiscalía por no alquilar
apartamentos a gente negra. El candidato que puso en duda que Barak Obama haya
nacido en los Estados Unidos y quien aparentemente condonó lincharan a un
protestante del movimiento Black Lives Matter en un acto de campaña. El
candidato que mantenía lejos de sus casinos a los trabajadores negros. El
candidato adorado por David Duke y apoyado por el Ku Klux Klan.
William Faulkner entendió
esto mejor que casi cualquier otro escritor estadounidense. En “Absalom Absalom”
el incesto es menos tabú en la clase alta sureña que reconocer la gota de
sangre negra que claramente mancharía el linaje familiar. Mejor que perder el
privilegio de ser blanco (una vez
más) la familia escoge el asesinato.
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